Oficios tradicionales en la Huelva vaciada: El Granado, tierra de pastores

Manuel Perera, pastor en tierra de pastores

Los primeros rayos del sol empiezan a reflejarse en las gotas de agua de la rociada de la noche y en los blancos pétalos de las tempranas flores de jara que anuncian la llegada de la primavera. El tupido manto vegetal que cubre los suaves montes se va pintando de verde con la llegada de un nuevo día. La tenue niebla gris de la madrugada va dando paso a una explosión de colorido. Y el silencio de la noche, solo marcado por el discurrir del agua por un pequeño arroyo, se va rompiendo con el paso de los minutos gracias al trino de miles de pájaros, al lejano canto del gallo y a los cada vez más intensos balidos de las cabras que libremente han pasado durante toda la noche de cerro en cerro, y de vaguada en vaguada.

Es la fotografía del amanecer en uno de los lugares más escorados a poniente del Andévalo onubense. El paraje conocido como «El Manantío», en el Campo Comunal de El Granado. Pocos kilómetros separan este punto, al que se accede desde la carretera HU-6400, del paso fronterizo de Pomarao y del lugar donde confluyen los ríos Guadiana y Chanza.

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En este mágico momento, en el que la mayoría empieza a desperezarse, tres vecinos de El Granado: Manuel Perera Patricio (78 años) y sus sobrinos Miguel Ángel Martín Perera (36) y Juan José Martín Perera (38), con la ayuda de varios perros, llevan ya varias horas de duro trabajo reuniendo a sus cabras por el monte para llevarlas hasta un «postero» en «El Manantío».

Son hombres de campo, de piel curtida, acostumbrados a una vida sacrificada, y para los que el tiempo no transcurre de igual forma que para el resto, para quienes las distancias no se miden igual que para aquellos que viven en la ciudad, y a los que las dificultades diarias no afectan de igual forma que a quienes trabajan al abrigo de una cómoda oficina. Son, en definitiva, pastores en una tierra de pastores, donde paradójicamente cada vez quedan menos pastores.

Su jornada diaria arranca de madrugada todos los días del año. Lo primero, antes incluso de que despunte el alba, buscar a sus cabras, que han pasado la noche pastando por unos montes que no ofrecen ninguna amabilidad para trabajar, pero que regalan una sensación de libertad y tranquilidad incomparable con cualquier otro centro laboral.       

Una vez el ganado en el «postero» comienza el ordeñado, una labor que ha cambiado, y mucho, en esta pequeña explotación ganadera familiar, que el pasado mes de octubre invirtió 50.000 euros en una pequeña sala de ordeño directo que sustituyó a otra más antigua, la cual a su vez había sustituido años atrás al ordeñado a mano.

En total son ordeñadas aquí cada día más de 300 cabras, que producen una media diaria de 300 litros de leche. Un producto que venden íntegramente, a través de la cooperativa ganadera Ovipor, a la quesería portuguesa «Queijaria Guilherme».

En esta explotación ganadera se funden el pasado, el presente y el futuro de la ganadería de esta apartada zona de la «Huelva vaciada». El pasado lo encarna Manuel, cuyas agrietadas manos y su impresionante agilidad a pesar de su edad, dan fe de los 44 años dedicados ininterrumpidamente a la cría, pastoreo y producción de leche de cabra.

Una actividad que heredó de la familia de su madre, todos pastores, y que ha sido su medio de vida desde sus 33 años. Se dedicó a ella «porque entonces no había trabajo», aunque «es verdad que no me disgustaba demasiado», y de hecho «con el paso de los años cada vez me fue gustando más».

Ya jubilado no deja nunca de acercarse al «postero» para asesorar y transmitir a sus sobrinos los conocimientos adquiridos tras toda una vida dedicada al pastoreo.

«Nadie puede decir en el pueblo que haya visto a mi tío ni una sola vez de bares. Su vida ha sido siempre, y lo sigue siendo, el campo», asegura Miguel Ángel, que en el año 2013 se hizo cargo de la explotación, donde da trabajo a su hermano Juan José.

A media mañana, durante un frugal pero reconfortante café con leche recién ordeñada y un dulce, Manuel confiesa entre risas que le hubiese gustado haberse dedicado a otra cosa, pero «es lo que he tenido y tampoco me disgusta». Lo mejor, añade, es que «siempre he sido mi propio jefe y no he dependido de que nadie me mande», y «sobre todo que estoy en el campo». Y es que ahora, con el paso de los años, «me he dado cuenta que sin la vida en el campo no vivo y si me quitan el campo me quitan la vida», a pesar de reconocer que «es muy duro y sacrificado».

El presente y el futuro lo encarnan sus dos sobrinos, Miguel Ángel y Juan José, sobre todo el primero, que antes de concluir la breve parada para el café afirma haberse hecho cargo de la explotación porque el campo es para él una «pasión». De hecho, «no es que quiera vivir de esto, es que ya lo hago», a lo que añade que aquí «se está mucho mejor que en una oficina».

En este sentido confiesa que desde pequeño siempre ha sido un enamorado de esto, aunque al principio trabajó en otros sectores. «Pero al final me vine con mi tío a las cabras –añade- donde se está mejor y mucho más tranquilo, y donde eres tu propio jefe, a pesar de que ser un trabajo mucho más sacrificado.

Tras el paréntesis del café la rutina les lleva a concluir la mañana con el ordeño. Es lo que más ha cambiado en relación a cuando la explotación la llevaba su tío, explican, a lo que Miguel Ángel añade que «es lo más aburrido porque está todo mecanizado», pero «es una de las cosas que nos permite ser rentables». Y es que, «lo que producíamos de leche ordeñando a mano a lo largo de todo un año, se produce ahora solo en un mes».

Mientras observa como sus sobrinos prosiguen con el ordeñado, el veterano pastor de El Granado no puede evitar hacer una reflexión en voz alta: «me daba mucha lástima vender la explotación, y a mi sobrino le gustaba, así que se lo regalé todo».

También reconoce que el caso de su familia es una «excepción», y afirma que «es una pena que cada vez queden menos jóvenes dedicados a la ganadería. No hay relevo generacional. De hecho, mis sobrinos son los únicos ganaderos jóvenes que quedan en el pueblo».

«Pero él tiene muchas ganas de progresar, de seguir ampliando la actividad, y en cierto modo  a mí me encanta que sea así porque, a pesar de lo sacrificado que esto es, se está ganando la vida con lo que realmente le gusta», concluye.

FALTA DE RELEVO GENERACIONAL

La falta de relevo generacional es uno de los principales problemas que amenazan al sector ganadero no solo en Huelva, sino en toda España. Así lo reconocen expertos en la materia, que señalan que «la amenaza sobre la ganadería, sobre el pastoreo, aumenta de manera alarmante. La falta de relevo generacional es la consecuencia de la cantidad de males externos e internos que arrastran, desde hace décadas, al abismo de la desaparición a los ganaderos del Andévalo. Tenemos que remediarlo».

Es por ello por lo que añaden que exige que «se les escuche, que se atiendan sus demandas. No solo por garantizar su supervivencia, sino también por mantener para todos una despensa de calidad y un entorno natural que oxigena nuestras vidas».

Y es que para los expertos la ganadería tradicional extensiva «ha sido siempre el pilar en el que se ha sustentado la economía del Andévalo», a lo que añade que «además ha configurado las señas de identidad de una población que se siente fuertemente arraigada a su tierra, defensora de un entorno natural débil, pero al mismo tiempo privilegiado como la dehesa».

(Fotografías: Jordi Landero)