Este fin de semana estuve en mi querida Isla Cristina, visitando familia y amigos que me ponen al día de lo que acontece en este bello y afable rincón atlántico. Pero voy a tener que dejar de ir por prescripción médica porque con lo bien que llego y lo mal que me voy. Que mal cuerpo se me queda, con la tensión por las nubes e irritado de tanta bronca con mis amigos de tertulia cafeteril.
De entrada, ya adelanto que no me creo nada de lo que me dicen. En mi casa me enseñaron que de lo que te digan, la mitad de la mitad, y eso es lo que hago. Poner en cuarentena los chascarrillos y rumorología que me dicen. Pero es que la cosa tiene mandanga, de ser cierto.
Me sueltan, así de entrada, y sin anestesia, que la alcaldesa enchufó a un familiar directo en Islantilla mientras tramitaba un ERE municipal que puso de patitas en la calle a 80 empleados públicos. Yo no me lo puedo creer, es imposible que haya tanto cinismo y maldad en un solo cerebro. Que no me lo creo.
A continuación me escupieron que otro concejal daba las barras de las hogueras de San Juan a dedo a gente de su partido y que le dejó un tiempo un habitáculo a otro familiar en la piscina municipal para que ejerciera, de forma privada, su profesión. Sin concesión, ni adjudicación. Cosa que tampoco me creo porque de ser cierto Isla Cristina se levantaría enfervorizada y montaría el 2 de mayo. Por lo cual también lo descarté.
Cuando aún no me había repuesto del susto anterior, me comentan que otra concejala mejoró de forma sustancial las condiciones laborales de otro familiar directo que trabaja en la Mancomunidad de Islantilla, poniéndose por montera todos los comentario en contra, incluso los sindicales. Hecho que tampoco me creo porque, por lo poco que la conozco, solo de oídas, parece una buena chica y alejada de todo tipo de estas acciones de dudosa honestidad.
Llegado este momento, fue cuando dejé el café y le pedí al camarero una tila, con la intención de bajar la tensión que la tenía por las nubes. Aún así, ya tenía preparada mi pastilla, esa que me pongo bajo la lengua en caso de emergencia, porque intuía que la cascada de absurdeces e inventos no se iba a quedar ahí, como así fue.
Después, uno de estos amigos de tertulia, ex político para mas señas, me dice que se cuenta en mi antigua Higuerita, un no sé qué de otro concejal y su chiringuito. Que los vecinos de Urbasur lo han denunciado en las redes sociales, que es presunto socio del susodicho establecimiento y que, de ser verdad, habría incurrido en un supuesto delito por ser parte del gobierno local que otorga estas concesiones. Que incluso lo publicita en su facebook personal. Tampoco me lo creo. Es imposible tanta torpeza y descaro.
Y para rematar, cuando ya estaba a punto de emerger cierta espuma blanquecina de mi garganta, me enseñan una foto a través del móvil en el que aparece otro concejal del gobierno local, supuestamente vendiendo tickets dentro del recinto ferial donde se celebraba un espectáculo carnavalero. Y claro, estos amigos míos, que son muy mal pensados, se preguntaban qué hacía allí el concejal en esos menesteres, que fuera como autoridad a ver las comparsas gaditanas vale, pero sospechoso es que lo pillaran in fraganti trapicheando con algo que se traía entre manos. Y claro, tampoco me lo creí. Yo les dije que igual estaba repartiendo chicles o propaganda de su partido político.
Entendéis ahora por qué voy a tener que dejar de ir por mi pueblo. La que pretendía ser una tarde agradable de encuentro amigable, se transformó en una agobiante charla de despropósitos, maledicencias e inventos de estos amigos que cuentan estas tonterías de unos políticos a los que tengo en consideración y no me creo, en absoluto, que hagan estas cosas tan a las claras y con tanta desfachatez. Que no hombre, que no me las creo. Esto es fruto más de las malas lenguas estivales y envidias varias.