Es un hecho constatado la importancia que la actividad pesquera ha tenido para la economía de las localidades costeras de nuestra provincia a lo largo de la historia, una importancia que incluso ha llegado a la actualidad, pese a las dificultades que este sector arrastra desde hace decenios. Los avances tecnológicos, el agotamiento de nuestros caladeros tradicionales y, como consecuencia de ello, la búsqueda de otras zonas más alejadas para faenar, la sobreexplotación de los recursos, los cambios normativos y otros muchos factores, han propiciado la sustitución, o incluso la desaparición, de muchas artes de pesca tradicionales. Quizás la más espectacular y llamativa de estas artes de pesca desaparecidas en aguas onubenses haya sido la de la captura del atún mediante almadrabas, un sistema que fue primordial para poblaciones como Ayamonte, Isla Cristina, La Redondela, Lepe y Cartaya, y que actualmente sólo se mantiene de forma residual en algunos puntos de Cádiz, el Norte de África, Portugal y Sicilia.
Cartaya y Lepe, localidades asentadas en la parte baja del discurrir del río Piedras y donde las almadrabas han funcionado durante siglos apenas sin cambios hasta el año 1963, no se entienden sin su proyección al mar. Debido a ello son numerosas y constantes las alusiones registradas a lo largo de sus historias a esta vocación marinera. Río y mar son por tanto un binomio esencial en la historia de ambos municipios, y han configurado desde siempre un medio de vida y una vía de comunicación insustituibles.
Es por ello por lo que Juan Manuel Ruiz Acevedo y José Antonio López González, dos profesores de Cartaya e Isla Cristina, respectivamente, y apasionados por la investigación de las artes de pesca tradicionales, publicaron en 2002 un extenso estudio titulado ‘La Almadraba de Nueva Umbría -El Rompido-’, con el que principalmente quisieron dar a conocer lo que representó esta almadraba para la comarca. Para ello, además de realizar una introducción histórica, se relata -aportando gran cantidad de referencias bibliográficas y de fotografías de época y actuales- el tipo de almadraba del que se trataba, su esquema de funcionamiento, su reglamento interno, su organización, la forma de vida de los que allí trabajaron o como era el Real de la misma, que estuvo situado en la barra de Nueva Umbría frente al actual Rompido.
Los precedentes de la Almadraba de Nueva Umbría, de cuyo Real aún se conservan frente al Rompido restos de algunos de sus edificios y que fue calada por el Consorcio Nacional Almadrabero entre 1929 y 1963 y finalmente por la empresa ‘Anusa’ durante los años 1985 y 1986, estuvieron en la de San Miguel o del Río del Terrón, y en la de la Tuta, ambas ubicadas en la misma zona y caladas bajo el control de la Casa de Medina Sidonia, que durante muchos siglos detentó el privilegio de la captura del atún en todo el litoral andaluz.
Su cuadro -que eran las redes donde eran capturados los atunes y desde donde éstos eran izados a bordo de los barcos-, estaba situado a unos 12 kilómetros de la costa -donde se sabe que había unos 30 metros de profundidad-, justo frente al actual Rompido.
La de Nueva Umbría, dentro de los tres tipos de almadrabas existentes -Vista o Tiro, Monteleva y Buche-, pertenecía a esta última debido a que estaba formada por una parte de redes fijas -fundamentalmente las que conformaban el cuadro donde quedaban atrapados los atunes- y otra de redes móviles -aquéllas empleadas para ceñir, acorralar y atajar a los atunes para obligarlos a entrar en el cuadro, o a desplazarse por su interior-. En cuanto a la flota que operaba en la misma, ésta estaba formada por 2 vapores, 7 motoras o faluchos, 4 barcazas, varios atojos o embarcaciones a remo, distintos barcos de vigilancia y señalización, varias lanchas para los mandos y algunos botes auxiliares.
Las labores de las alrededor de 200 personas que trabajaban normalmente en la Almadraba de Nueva Umbría, cuya procedencia era fundamentalmente Cartaya, Lepe, Isla Cristina o Punta del Moral, comenzaban cada año a principios de marzo, para finalizar a mediados de septiembre, aunque la pesca propiamente dicha transcurría durante los meses de mayo, junio, julio y primera quincena de agosto, que es cuando el pescado pasa por esta zona en sus migraciones del Atlántico al Mediterráneo, y viceversa. El resto del tiempo era dedicado a los preparativos previos de la almadraba y a la recogida posterior de la misma. Todas estas operaciones eran dirigidas desde el Real de la Almadraba, lugar del que se conservan algunos edificios en la Barra de Nueva Umbría, frente al Rompido, y lugar que pese al estado de abandono que presenta actualmente, se convertía durante los seis meses que duraban las faenas, en una pequeña ciudad donde, además de trabajar, el personal residía allí, contando con todo lo necesario para ello.
Tal es así que en el Real de esta almadraba había edificios para todo: almacenamiento de pertrechos, varado y reparación de embarcaciones, alquitranadero de útiles, oficinas, cantina y viviendas para los mandos y los trabajadores. Éstos, que residían allí en la mayoría de las ocasiones junto con sus familias, conformaban un núcleo de población temporal de más de 900 personas. Desde la casa del capitán, la cual tenía una torre-mirador en uno de sus extremos, además desde todo el real se divisaban las embarcaciones de la almadraba atracadas en la ría del Piedras, su desembocadura, e incluso mediante catalejos el punto concreto en mar abierto donde quedaba calada la almadraba y sus señalizaciones indicando el número de capturas realizadas tras la levantada.
Otra zona del real era la de trabajo y almacenamiento y en ella estaban ubicados el cuarto del gasoil, una explanada donde se alineaban las anclas, otra para los corchos de flotación de la almadraba y una tercera para las redes, dos alquitranaderos con sus chimeneas y calderas, distintos almacenes, una tonelería, el cuarto de la cal, la casa del Tercero, una carpintería.
Por último, la tercera parte del real era la destinada a las viviendas de los almadraberos y sus familias, así como otras dependencias destinadas a aquellos servicios mínimos necesarios para atender a una población como la que allí se concentraba durante alrededor de seis meses al año: barbería, tienda, escuela, o botiquín entre otros. En total, unas 150 viviendas unifamiliares, además de las casas de los solteros o almadraberos que se desplazaban a trabajar a la Almadraba de Nueva Umbría sin sus familias, configuraban esta pequeña población temporal. Las condiciones de vida en las mismas eran muy precarias ya que las viviendas sólo constaban de dos estancias que no sumaban más de 20 metros cuadrados y donde residía una familia entera cuya única actividad durante su estancia allí era la pesca del atún.