Opinión: Desánimo popular con el gobierno de Isla Cristina

En todos los gobiernos, sobre todo locales, existen concejales que no se sabe muy bien qué es lo que hacen o qué han conseguido para sus respectivos pueblos durante el mandato que dura una legislatura. Se les encomiendan responsabilidades, sí, pero no siempre saben, quieren o les apetece trabajarlas.

Es verdad que los tiempos que corren no son para lucimientos ni grandes proyectos, con mantener mínimamente los servicios que se prestan desde el ayuntamiento ya se dan por salvados los muebles y, a final de mes, recibir la suculenta remuneración económica.

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Es posible que todo parta desde mucho antes, de cuando los diferentes partidos que concurren a las elecciones comienzan a buscar nombres que le den prestigio y lustre a la lista electoral, en muchos casos buscando más el apellido reconocible que la valía de la persona. Y claro, luego pasa lo que pasa, que en caso de gobernar se encuentren con un ramillete poco experimentado, trabajador o simplemente distraídos de las obligaciones por las que cobran.

En Isla Cristina también ocurre, y hay nombres y concejalías que funcionan por la inercia que proyectan los propios técnicos que las trabajan a diario. A excepción de dos cabezas de lista del tripartito, Antonia Grao (PIF) y Montserrat Márquez (Ciudadanos por Isla), ninguno de los otros diez concejales han tenido experiencia como dirigentes, como mucho, algunos años en la oposición.

El grupo de Ciudadanos por Isla se lleva la palma en esto de no saberse muy bien qué es lo que gestionan y conseguido para el pueblo. Sobre el papel se sabe que llevan Turismo, Medio Ambiente, Patrimonio, Archivo, Biblioteca, Cementerio, Formación y Desarrollo Local. Son ocho apartados que se los reparten cómodamente Montserrat Márquez, Agustín Ponce Figuereo y Ana Belén Barros.

De Márquez, ex concejala socialista durante la etapa de María Luisa Faneca y actual segunda Teniente de Alcalde, se le conocen pocos logros durante este año y medio, más allá de la presentación de un vídeo promocional en Fitur, el cambio de nombre del Museo del Carnaval por Muestra de Carnaval, un par de actividades lúdicas y ninguna gestión económica de renombre que haya revolucionado sus departamentos o haya supuesto una mejoría en la calidad de vida de los isleños.

Su segundo de a bordo, quien ya trabajó como empleado municipal en los archivos municipales, Ponce Figuereo, se sabe que desempolva mensualmente un escrito histórico para publicarlo, ha recepcionado un par de decenas de libros donados a la Biblioteca Municipal y algunas intervenciones didácticas en la emisora municipal.

Y de Barros poco se puede decir, ya que la Formación del municipio está concentrada en el Centro de Formación Ocupacional de Islantilla y los programas de empleo los gestiona directamente la Junta de Andalucía. Por lo que el público general no tiene muy claro a qué dedica su tiempo como munícipe.

Entre las filas del PIF también existen estos “concejales florero” que usan sus “jefes” como “un poco para todo”. Es el caso de Nerea Ortega, joven e inexperta que, a la sombra de otra concejala, Lola Martín, intenta despegar en esto de la política pero, por ahora, con pocos éxitos en su haber. Como Natanael López, reconocido murguista local que aterrizó en Deportes sin gustarle el deporte, o eso dicen.

Y, por último, en el Partido Popular se podría preguntar por los logros de la única mujer del grupo, Gema Gutiérrez, a quien le encomendaron la delegación de Servicios Sociales, esa misma que está totalmente descafeinada porque la propia Junta de Andalucía recuperó estos menesteres. Alguna que otra entrega de ropa usada y colchones procedente de un hotel a familias desfavorecidas, han sido sus fotografías de prensa, pero del día a día, no se sabe nada.

Si a todo esto se le une el descontento de la población por el mal funcionamiento de algunos servicios, como el de limpieza, el mantenimiento de los jardines y mobiliario urbano, las subidas de los impuestos locales y que todos los concejales han cogido vacaciones en plena temporada estival, el panorama es desalentador.

Dicen que suenan tambores de guerra en la vieja Higuerita, habrá que esperar para ver en qué desemboca todo este malestar.