Por Natalia Santos / Fotografía Edu Pereiro
No recuerdo el día exacto porque no lo quise recordar, sólo sé que una mañana de Mayo mi madre lloraba como una niña pequeña, y yo, yo sacaba la valentía y el coraje que jamás pensé que tendría. CÁNCER, mi madre tenía cáncer, palabra que suena contundente y deja eco, el eco del miedo, de la incertidumbre, de lo desconocido, y en un primer momento de la muerte.
Días de aparente y fingida normalidad transcurren entre las dudas, el querer saber, el no encontrar respuestas a una pregunta que te haces constantemente, ¿Porqué a ella?, Todo parece una pesadilla y lo peor es que en poco tiempo te familiarizas con términos como quimio, radio, mastectomía, centinela,… Con suerte la operación llega rápido y arrasan con todo “lo malo”, es entonces cuando el cuerpo cambia, el hermoso cuerpo de mi madre deja de ser armonioso para presentarse mutilado, ver imágenes antes de otras guerreras ayuda, pero cuando es tu madre, duele. Sin darle importancia a casi nada y con todos los mimos y cuidados acaricias cada día su herida, cuando en realidad lo que intentas es sanarle el alma, tocada y hundida, reflejada en el caso de mi madre en su mirada.
Con la quimioterapia, los peores momentos…, la calvicie en una mujer coqueta y presumida pasa a ser su obsesión que intentas paliar con piropos y alternativas. Peluca de pelo natural, sombreros y pañuelos… se vuelven sus mejores aliados, pero en casa, en la soledad de su hogar, cuando se desnuda la cabeza y el corazón, la vulnerabilidad se hace palpable y la seguridad que maquilla en sociedad es en realidad una fragilidad que es difícil esconder bajo ninguna tela.
Largos días en un sillón, y largos y peores en los posteriores en su estado físico y mental, la quimioterapia cura pero se lleva mucho por delante, lo malo y algo de lo bueno, bendito tratamiento, horribles secuelas. Pasan las sesiones una tras otra con un determinado ritmo, y ¡que no cambie! , tu mejor noticia está cada ciclo relacionada con las defensas. En el transcurso de cada una vas descubriendo cosas nuevas, erupciones, olores, hinchazones,… pero ves la meta y ningún obstáculo te hace dejar de verla, esperanza que se llevan consigo las que por desgracia no llegan.
Así es el Cáncer, una enfermedad larga, dura, con varios finales, unida en mi caso a tres palabras de las que nunca me desprendí y que sirvieron siempre de bastón de viaje: POSITIVISMO, CONFIANZA Y FE. Lejos de ser el peor momento de nuestra existencia, a mi madre como enferma, a mí como cuidadora, y sobre todo hija, el Cáncer fue el mayor aprendizaje de nuestras vidas. No somos los mismos que fuimos, nada es igual y todo ha cambiado. Vivir una experiencia de Cáncer te zarandea por dentro, te sacude como un terremoto y cambia tu visión de todo. Valoras los abrazos, los momentos de tranquilidad, salud es tu único deseo, y un gesto de amor, tú mejor regalo.
Por suerte mi madre se encuentra inmersa en el proceso de reconstrucción de su pecho, lo batalló, lo peleó y lo venció, cada una de las mujeres que pasaron, pasan o pasarán un Cáncer de Mama la naturaleza las dota de una fuerza especial, un coraje, una valentía y un espíritu de supervivencia del que ya jamás se desprenderán.
Cáncer hoy no es sinónimo de muerte, la batalla no está ganada, pero el futuro es, sin duda, ESPERANZADOR.